COMPLACENCIA CON EL MAL
El
concepto del Mal es tan antiguo como la historia de la humanidad. La tradición
cristiana la utilizó, a partir de los planteamientos de Agustín de Hipona en los
albores del catolicismo, como instrumento para modelar la conducta personal y social
de los hombres y mujeres que la entendían en contraposición a la rectitud de
las acciones humanas. Hoy, un poco más de mil quinientos años después de los trazados
agustinianos, el mal es la mayor virtud de nuestro tiempo. Elogiada por mucho,
envidiada por otros. Su denominación ha cambiado, pero su esencia no.
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| Tomado de Pixabay |
El
mal ya no es visto como algo negativo. Quien hace el mal está en lo correcto,
parece decir nuestro tiempo. Hay dichos que lo recuerdan a diario en las calles
colombianas: “el vivo vive del bobo”, “hay que tener malicia indígena”, “camarón
que se duerme se lo lleva la corriente”, “eso le pasa por bobo”, “quién lo
manda” y un largo etcétera que viene delineando los cánones de conducta
aceptados en nuestra sociedad. Si antes el temor a Dios era el motor para hacer
el bien, hoy el temor al fracaso y, por otro lado, la aceptación social “cueste
lo que cueste”, “o al precio que sea”, es la gran justificación del mal en
nuestros días.
Al
político lo justificamos con uno de los más célebres axiomas del cinismo
criollo: “roba, pero hace”; al narcotraficante lo envidiamos por haberse
“superado, pese haber nacido pobre”, al ladrón lo dejamos hacer “si no es
conmigo” y al corrupto ni lo nombramos. Nos parece tan natural la corrupción,
cotidiano y aceptable, que convivimos con ella sin darnos cuenta que su
aceptación social es uno de los pilares en los que se basa los males de nuestro
país.
"Somos la sociedad de la sospecha, de la viveza, de la estafa"
El
mal como condición para “salir adelante” o salirle adelante a todo lo que se le atraviese.
Somos la sociedad de la sospecha, de la viveza, de la estafa. Sálvese quien
pueda. Todo Vale. Tenemos un sistema de valores atrofiado. Se nos ha hecho tan
común el mal, el camino fácil, que ya la dignidad, el honor y lo correcto lo
miramos con desconfianza. Sólo hay espacio para el inconformismo en las redes
sociales. Allí todos son éticos, morales, sin mácula. Pero nadie hace nada,
salvo quejarse.
Convivimos
a diario con elefantes blancos —qué linda metáfora para algo tan malo—: malversación
de fondos para inversiones públicas como estadios de fútbol, hospitales,
colegios, carreteras, viviendas, etc. Y nos parece normal. Nadie dice nada
porque hace parte de nuestra cotidianidad. Y si alguien se atreve a decir algo,
su voz de protesta se ve callada y tiene la duración de un escándalo de
farándula.
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| Tomado de Pixabay |
El
control social no existe. El silencio social sí. Nadie vigila, nadie cuestiona
el incorrecto actuar de los políticos o funcionarios públicos. El mal es la
norma. La corrupción también. ¿Cómo
salir de esta encrucijada? Reestructurando nuestro sistema de valores. Tarea
nada fácil, pero que se puede lograr. Uno de los primeros pasos está en el
fortalecimiento del humanismo, pero sin apellidos, ni religioso ni secular.
Simplemente humanismo. En donde el fomento por el respeto a la vida y la
dignidad humana, con todo lo que ello supone, nos lleve a encontrar un punto de
equilibrio entre la fraternidad y la diferencia.
El
segundo paso será entender que este cambio, en donde la maldad se condene, nos
involucra a todos. Nada tendrá sentido si seguimos pensando que la realidad se
limita a lo vivido por cada quien sin que tenga consecuencias en lo social.
Somos ciudadanos en tanto pensamos en el beneficio común, no cuando nos aprovechamos de él.
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Si te gustó o no el artículo, pero te dio en qué pensar y discutir, no olvides comentar y suscribirse al blog para generar nuevos diálogos.
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Gracias por compartir estas reflexiones y no abandonar la escritura.
ResponderEliminarA usted por leerlas y a inspirar con el ejemplo.
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