UNA MARCHA ASÍ



Colombia está dividida. Y eso no es algo nuevo. Siempre lo ha estado, pero los niveles que ha alcanzado en la actualidad conducen a la inviabilidad del país que muchos soñamos. El discurso utilizado por los políticos resuena en los medios tradicionales de comunicación y permea hasta llegar a las discusiones más peregrinas en todas las esferas sociales, de toda condición económica. Hemos normalizado el apasionamiento discursivo, que, muchas veces, lleva a la violencia física. Nos hemos convertido en una sociedad paranoica, irritable e inmune a la tolerancia. En este contexto se marchará el 21 de noviembre.

Sindicatos, estudiantes, artistas, indígenas, entre otros, saldrán a marchar porque la olla a presión está pintando y es inminente que estalle. Son muchas las razones por las cuales se debe marchar: los altos niveles de desempleo, la inequidad social, la calidad educativa, los líderes sociales asesinados... Y el paro se justificaría solo por este último motivo, el cual, valga decirlo, es indignante.

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Ahora bien, lo que también debemos entender es que estamos jugando el juego de la provocación, el que quieren perpetuar los políticos y los grupos económicos por medio de "la marcha es sinónimo de violencia". La ciudadanía debe entender ese juego y buscar alternativas para disentir y actuar (no estoy llamando a la crítica del meme, el de las redes sociales, sin argumentos, que prevalece en nuestra realidad), llamo es a poner las bases para que los cambios que se den sean consecuencia de la razón y no del apasionamiento, y para que éstos cambios ocurran es necesario crear nuevos escenarios de discusión ciudadana. Pero, ¿cómo hacerlo?

La marcha se tiene que replantear. Son muchos años diciendo las mismas arengas (ya vacías de contenido, no por ilegítimas sino por repetidas), caminando las mismas calles con los mismos pendones amarillentos y rasgados de los sindicatos y los grupos sociales que, de forma valiente y honorable, hacen lo que otros no nos atrevemos. Pero es necesario reinventarse, buscar nuevas maneras de protestar, de hacerse escuchar y de vincular cada vez más a los ciudadanos de a pie, aquellos que se benefician con las luchas dadas por los quijotes del asfalto. 

Pues bien, las universidades tendrían un hermoso papel en este propósito como agentes articuladores. Son ellas, las públicas y las privadas, las llamadas a diseñar y brindar espacios educativos para debatir con argumentos y cifras confiables lo que pasa en el país a nivel político, cultural, social y económico.  Esto podría hacerse por medio de la proyección social (función sustantiva de toda universidad) y ofrecerse por medio de la Oferta de Educación Continua, presencial y a distancia. De este modo sería accesible a todo nivel de entendimiento (hombres y mujeres escolarizados y no escolarizados).


"Estamos jugando el juego de la provocación, la que quieren perpetuar los políticos y los grupos económicos por medio de "la marcha es sinónimo de violencia". La ciudadanía debe entender ese juego y buscar alternativas para disentir"

También podría darse desde los grupos asociativos, las cooperativas, quienes también tienen una responsabilidad social y no únicamente económica con sus asociados (entiéndase asociados). Ellos podrían también tener la iniciativa. 

Pero principalmente debería darse un proceso de este tipo desde las escuelas y colegios, en donde los docentes abonen el terreno en el que formen ciudadanos que se preocupen y se formen una opinión sopesada por argumentos de lo que ocurre en el país. En este orden de ideas las Ciencias Sociales jugarían un papel preponderante. Pero necesitamos más docentes comprometidos con sus estudiantes, que se preocupen más por actualizarse y pensar la realidad que en cobrar el sueldo y esperar el día de la jubilación.

Son solo tres ejemplos y una propuesta para un ejercicio que se puede acoger con el propósito de evitar la manipulación y la polarización del país. Para que los ciudadanos entiendan que todos somos parte de la solución, y que no solo es responsabilidad del Estado garantizar el bienestar de las comunidades en los territorios. Con esta activación social en temas públicos estoy seguro que surgirían nuevas ideas, de más personas, más plurales, que le den una nueva identidad a la marcha y a la protesta social.

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Es evidente que estos cambios no se darán de la noche a la mañana. Como todos los cambios que generan un alto impacto tomará tiempo, años, algunas generaciones. Pero valdrá la pena. Así avanzaremos como sociedad. Habrá muchas personas en contra, los mismos de siempre, a los que no les convienen los cambios. Pero es una responsabilidad que no podemos eludir. Cambiar como sociedad a través de la educación política y ciudadana es la única opción para mejorar las cosas. Y el cambio implica conocimiento, argumentos y discusiones, todo desde el respeto. Vincular a todos los sectores de la sociedad en una agenda de país que reconozca las necesidades y no se quede en las banalidades.


Qué interesante sería ver este ejercicio ciudadano hecho una realidad. Cuántos votos conscientes, críticos y que apunten al bienestar común contaríamos y vigilaríamos en las elecciones de los próximos años. Cuántas marchas de alto impacto caminadas por personas que conocen a ciencia cierta lo que pasa en el país y que generen cambios podríamos celebrar.

Pero este sueño debe empezar por buscar nuevas formas de protestar masivamente en las plazas públicas, con cánticos y danzas, con arte y música para la vida, que invite, congregue y no genere el rechazo que solo da el desconocimiento y el ser un instrumento más de los sistemas de poder a quienes les conviene una marcha así, violenta.



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